Un horizonte desolador para el patrimonio arqueológico en Tenerife. El caso paradigmático de Adeje

La destrucción del legado material indígena en Canarias no es un fenómeno que se haya producido exclusivamente durante la época del llamado “desarrollismo capitalista”-que en Canarias puede enmarcarse aproximadamente durante los últimos 60 años- con la implantación por parte de las élites económicas dirigentes de un modelo de terciarización productiva, que ha ido sustituyendo progresivamente la agricultura, la ganadería y más recientemente al sector industrial -que nunca llegó a implantarse y afianzarse del todo antes de ser desmantelado-, por el sector terciario o lo que es lo mismo el negocio del ladrillo y el turismo de masas. La transformación de gran parte del territorio insular -principalmente en las islas mayores- para su uso agrícola así como para la extracción de materias primas (madera, brea, piedra, picón, etc…) supuso una antropización de espacios con fines de explotación, que cambió el aspecto de las islas para siempre.

hacía siglos. Esta transformación afectó especialmente a las medianías, en donde a la par de los pueblos y caseríos -más tarde convertidos en ciudades-, fueron modificándose valles, laderas de barrancos, montañas e incluso riscos aparentemente impracticables, en terrenos de cultivo. La agricultura intensiva mantuvo a Canarias en un régimen económico de servidumbre caciquil desde la conquista hasta la segunda mitad del siglo XX, con una gran parte de la población trabajando bajo condiciones de vida miserables, para que los dueños de la tierra siguieran amasando riquezas a costa del sudor de un pueblo al que se le hizo creer que su sino era ese: vivir bajo el peso de la derrota y la resignación. La miseria que permitió este abuso sobre la población y sobre el medio natural, no fue solo de carácter económico, mas también cultural. El desarraigo y la desnaturalización de los canarios y canarias con respecto a sus costumbres ancestrales, su idiosincrasia, historia y territorio, fueron de la mano del régimen de servidumbre que llevó a que los mejores terrenos de cultivo fueran propiedad de unas pocas familias dejando para el resto, aquellos rincones más laboriosos e inaccesibles, de modo que el canario pudiera cultivar sus propios alimentos de manera penosa, sencillamente para sobrevivir.

Pese a esta historia de sometimiento y desmemoria forzosa, la realidad es que el canario siempre guardó cierta memoria de sus orígenes e identidad y prueba de ellos es que a pesar de que gran parte del legado material indígena fue arrasado, en muchas ocasiones se respetaban esas huellas de los guanches, por sentirlas propias y porque esa desmemoria, pese a los intentos del poder político, militar y religioso, nunca consiguió erradicarse del todo.

Adeje serviría perfectamente para ejemplificar sobre el terreno este devenir en el que la agricultura basada en los monocultivos y en menor medida la ganadería, dejaron paso a otro tipo de monocultivo, uno que ha condenado a las islas a una total dependencia del exterior: el turismo de masas. Precisamente en Adeje encontramos también esos síntomas de que el pueblo trabajador siempre guardó con celo su memoria material ancestral durante siglos, pese a todo: muros de bancales con piedras conteniendo grabados rupestres de los guanches, cuidadosamente seleccionados para conservarlos pese a haber sido arrancados de su contexto original; tanques y atarjeas de agua con sus trazados modificados con tal de no afectar a yacimientos que se sabían valiosos por antiguos; eras y lagares emplazados en lugares colindantes con espacios sacralizados de los guanches, protegiéndolos en sus márgenes de manera estratégica; casas que guardaron para sus muros, dinteles y patios, piedras con grabados y cazoletas, ubicadas de manera preferente para ser visibles y señalar el carácter hereditario de su propia ascendencia familiar; cuevas reutilizadas en las que se respetaron las marcas y muros de manufactura guanche o estructuras de cabañas indígenas que sobrevivieron de manera intencionada al sorribado de terrenos, dan cuenta del respeto y cuidado que existía entre la gente de antes, pese a la intensa transformación morfológica que afectó al medio natural, desde que se ejecutara el intento de etnocidio guanche y se impusiera una nueva sociedad sobre el testimonio amordazado del pueblo indígena canario.

entraron los nuevos inversionistas con sus planificaciones urbanísticas, sus vías estructurantes y su absoluto desprecio por el legado patrimonial indígena. Se ha perdido más patrimonio material guanche en los últimos 60 años que en en 470 años anteriores. Lujosas urbanizaciones, hoteles de diez o más plantas, centros comerciales, rotondas, carreteras, bloques de apartamentos y barriadas de autoconstrucción para los trabajadores ocupan el espacio que antes compartía la actividad humana con los ecosistemas endémicos de canarias, que aunque modificados y sobreexplotados, mantuvieron parte de sus rasgos geológicos y riqueza natural.

Este desprecio ha quedado patente de manera especial durante los últimos 40 años, bajo el gobierno ininterrumpido del aún alcalde, José Miguel Rodríguez Fraga, quien gobierna un municipio salpicado de escándalos, corruptelas y atravesado por un clientelismo institucional de manual. El Adeje de Fraga es hoy cuna de todo tipo de mafias y bandas criminales internacionales organizadas, que parecen haber encontrado el lugar idóneo para instalarse y actuar de manera impune. Un municipio que pese a su desarrollo económico aparente, guarda índices de pobreza, marginalidad y delincuencia propios de un país tercermundista. Todo ello claro está, con la complicidad de los diferentes gobiernos insular y autonómico de turno.

Sin ir más lejos el anillo insular afectó de manera directa e indirecta a numerosos yacimientos arqueológicos en ese municipio -aunque no solo-, que a día de hoy sigue sin contar con una carta arqueológica completa que permita considerar estos bienes de interés público, herencia de todos los canarios y canarias, de cara a evitar su destrucción definitiva en nombre del lucro privado.

El Adeje que algún día poseyó barrancos con caudales perennes de agua, con sus tradiciones ancestrales, sus paisajes, sus bosques termófilos, su biodiversidad marina y terrestre, sus formaciones geológicas únicas con decenas de millones de años de antigüedad, su memoria oral superviviente que habla de la resistencia épica de los alzados y de la huella material de un pueblo que pese al dolor y el sufrimiento, consiguió conservar su dignidad…es hoy el Adeje de la corrupción, de la destrucción, de la depredación, de la dependencia absoluta, de las urbanizaciones lujosas para extranjeros, de los precios de la vivienda inaccesibles para los propios trabajadores canarios que deben vivir en chabolas, furgonetas o hacinados en barriadas en las que nada crece por no quedar tierra fértil que cultivar ni memoria de cómo hacerlo.

El Adeje de hoy es el del expolio arqueológico constante, el de los atentados medioambientales y patrimoniales y el del cinismo político sin límites. El Adeje construido por y para el de fuera, sobre los restos de quienes vivieron, trabajaron y amaron su tierra hasta la extenuación, conservando aunque fuese de manera discreta y humilde, el legado de quienes antes que ellos habitaron el que fuera el menceyato principal de la isla, antes de su división en nueve cantones, ya en tiempos de la conquista. Es nuestra obligación evitar nuevos desastres, cuando se anuncia a bombo y platillo, como una necesidad imperiosa bajo la bandera del desarrollismo que tanta desigualdad ha dejado, la construcción del trazado del tren del sur, que por fuerza afectará directa e indirectamente algunos de los últimos vestigios que a pesar de todo se conservan, no sin alteraciones y daños en el gran Adeje. O en lo que nos queda de él.

Colectivo Imastanen

Defendiendo el legado superviviente

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