El modelo de desarrollo urbanístico en Canarias y el lugar de los yacimientos arqueológicos.

 En Tenerife, como en toda Canarias, desde el boom urbanístico en la segunda mitad del Siglo XX, ha predominado un desarrollo urbano desmedido, desordenado, caótico, sin control ni límites. Incluso en la actualidad -cuando se presume de la existencia de leyes que deberían velar por la conservación del territorio y muy especialmente del rico y variado patrimonio natural y arqueológico- el afán por seguir priorizando la actividad de la construcción junto al turismo, como motores principales de la economía canaria, propicia la desaparición indiscriminada de paisajes y ecosistemas altamente frágiles. La destrucción que acarrea este modelo depredador del suelo en un territorio insular con presencia de poblaciones humanas desde antiguo, afecta especialmente a cualquier resto material de la cultura guanche, que dejara testimonio bajo forma de grabados, cazoletas, canales, fondos de cabañas, materiales domésticos, herramientas o enterramientos (cuerpos humanos), entre otros muchos vestigios.Por desgracia otros muchos testimonios materiales de tipo orgánico como pieles, cestería, ebanistería, sogas, etc…, desaparecieron casi por completo hace mucho tiempo; un poco a causa de su descomposición por efecto del paso del tiempo -aunque algunos elementos etnográficos pudieron llegar a ser incluso reutilizados por la descendencia guanche hasta tiempos no tan remotos- y sobre todo debido al expolio y mala praxis de la sociedad colonial que suplantó y fagotizó a los pueblos originarios de canarias.


Este modelo desarrollista pudo implantarse sin oposición social significativa durante la dictadura franquista. Un régimen que hizo y deshizo en base a intereses foráneos y en contra del legítimo interés del pueblo canario, y que en su última etapa presenció con alarma el nacimiento de un movimiento soberanista que supuso cierta amenaza al status quo dominante. Tras la transición, ya neutralizada la amenaza independentista, la clase política al servicio del poder económico heredero del modelo colonial franquista, una vez ocupadas sus nuevas posiciones, se limitó a impulsar a través de vericuetos administrativos y vacíos legales -cuando no directamente desde la ilegalidad más corrupta y mafiosa- este modelo de crecimiento urbanístico sin límites vigente, del cual estamos padeciendo ya los síntomas crónicos de un colapso anunciado. En la última década del siglo XX y ya en este primer cuarto de siglo XXI, la ciudadanía comenzó a tomar mayor conciencia de que identidad y territorio son una misma cosa y que pese a todo, la avaricia no conoce fin.


Con la recuperación del legado cultural guanche iniciada durante los años finales de la dictadura y el cambio de paradigma en lo académico en torno a la realidad indígena y su componente innegable en la actual sociedad canaria -desde la genética, hasta las tradiciones, pasando por el mensaje de rebeldía que encontró eco en determinadas propuestas políticas-, una parte considerable de la sociedad canaria comenzó a tomar conciencia de la profunda huella que sus ancestros dejaron como señal imperecedera de resiliencia y dignidad. El guanche ya no era algo muerto, una leyenda, un mito y un eco sin forma ni contenido de un pasado ignoto. El indígena canario seguía vivo en la sangre de sus descendientes, en las piedras del terreno, en las cuevas del paisaje, en las manos de las alfareras, en las muñecas de los jugadores de palo, la sabiduría y agilidad de los pastores, la templanza y el conocimiento astronómico del mago y el pescador…Y su memoria había sido rescatada para ya no permitir que fuera enterrada de nuevo.


Los yacimientos guanches: Un obstáculo para los intereses del capital


En este contexto que nos lleva a entender que no hay metro cuadrado de las islas que no esté comprometido ante los intereses urbanizadores, es donde enmarcamos el legado guanche. Un legado de ocupara todo el territorio tras dos mil años probados de existencia y que pese al etnocidio sigue presente de costa a cumbre, allí donde las palas y el cemento no han hecho estragos. La riqueza patrimonial indígena en Canarias es tan abundante, que pese a toda la destrucción y expolio acontecidos, sigue dando testimonio y ofreciendo información valiosa. 


Todo este legado - bajo el pertinente estudio y protección- nos permitiría aún completar el rastro del orígen cultural ancestral de la actual sociedad canaria y constituye un atractivo y valor patrimoniales únicos en el planeta. Allí donde se mire: riscos, laderas, barrancos, bajeríos, acantilados o cuevas, hallaremos con seguridad algún grabado en la piedra, algún fragmento de cerámica y obsidiana, cuando no directamente estaciones de cazoletas y canales, vasijas en buen estado o xaxos con sus ajuares funerarios, en alguna covacha inaccesible. Los guanches sacralizaban sus espacios de tránsito y convivencia, bajo una visión animista en la que cada elemento vegetal y geológico, tenía su propia alma y podía albergar además según su situación, espíritus de seres poderosos que controlaban los elementos. La creencia en la vida después de la muerte y la profunda veneración profesada  hacia los antepasados, tenía como resultado que prácticamente cada rincón de la isla, fuera considerado como un lugar sagrado a respetar. Igualito que hoy en día.


La mejor forma de mantener este ritmo de aceleración desarrollista impuesto por el negocio urbanístico, ante una sociedad que aún da por buenos muchos de los mitos que se esgrimieron para alejar al pueblo canario de sus ancestros, es evitar que la gente conozca. Si no se conoce no se defiende y si no se defiende, nadie lo va a echar en falta. En Tenerife no existe ni un solo centro de interpretación indígena; ni un solo parque arqueológico. Tras décadas de promesas y chanchullos y tras intentos interesados de que el edificio construído en La Centinela (San Miguel) se convirtiera en una escuela de hostelería con su pertinente negocio privado asociado, en 2023 se aprobó su concesión definitiva para establecer el primer centro de interpretación guanche de Tenerife. El edificio estaba allí cerrado esperando, la subvención llegó y las reuniones pertinentes para su despegue definitivo tuvieron lugar y ya avanzado 2025, seguimos sin noticias de este proyecto. Una zona que precisamente contiene una cantidad de yacimientos con un valor incalculable. Pero ¿Por qué no se actúa? ¿Por qué las propias instituciones, empezando por los ayuntamientos, siguen sin cumplir la ley, su propia ley? ¿Por qué pese a existir bienes culturales indígenas catalogados, estudiados y contemplados por informes especializados, se siguen dando licencias a escandalosos proyectos como los de Cuna del Alma, El Circuito del motor, el campo de Golf de Hoya Grande o la nueva ciudad en la costa entre Los Moriscos y Añaza, entre otros muchos? La respuesta es sencilla: porque vale más el dinero que la propia cultura e identidad. Vale más el negocio de unos pocos que el bien común que depende del adecuado equilibrio natural con el entorno y  su biodiversidad.


El caso paradigmático de los yacimientos en espacios urbanos


El escandaloso caso del Polígono de la Campana, con la destrucción maliciosa de unos yacimientos que se interponían entre el negocio de un constructor y su licencia de desmonte, puso el grito en el cielo a mediados de la década del 2000. Unos grabados eran destruidos con cincel, en una zona que ha sufrido una transformación vertiginosa desde finales de los 90. El distrito suroeste de la capital y algunos barrios del Rosario, afianzaron su crecimiento urbano y en ese proceso, se perdieron bienes arqueológicos invaluables. Los barrios del extrarradio metropolitano como el Chorrillo, La Gallega, Barranco Grande, Alisios, Acorán, Añaza, Santa María del Mar, El Tablero, Llano del Moro o Tincer siguieron expandiéndose urbanísticamente y muchísimos elementos patrimoniales se perdieron para siempre. En algún caso paradigmático y gracias a denuncias pertinentes, unos pocos bienes arqueológicos pudieron salvarse, quedando aislados como solares en mitad de un mal sueño, condenados entre edificios y escombros. 


Paneles de grabados entre graffitis junto a la vía pública; estaciones de cazoletas en mitad de un barranco acorralado por construcciones a medio terminar, escombros y basura de todo tipo; chabolismo en cuevas y más basura en cauces de barrancos antaño verdes y generosos en agua; descampados con pequeños fragmentos líticos y cerámicos esparcidos entre latas, cristales, plásticos, metales oxidados y neumáticos desechados; son algunos de los ejemplos de cómo el legado patrimonial guanche ha sido sistemáticamente despreciado. Aunque paradójicamente  si algunos de estos yacimientos aún siguen en su lugar entre rotondas, aceras, vertederos y edificios, es precisamente por haber caído en el olvido. Pues dada su exposición y vulnerabilidad, de hacerse públicos y ante la falta de protección generalizada que sufren los valores materiales guanches, no habría faltado quien los vandalicey destruya de forma irreversible. La ignorancia solo se combate con educación.


Protección y educación patrimonial: Solo pedimos que se cumpla la ley


Evidentemente la premisa que tratamos de proponer como solución es la de no permitir más construcciones ni más ocupación de terreno -antropizado o no- aún no edificado. Restaurar los valores naturales de estos espacios, blindar su figura de protección legal en base a esos mismos valores, rehabilitar ecosistemas con flora endémica y control de fauna introducida y poner en valor aquellos yacimientos indígenas presentes bajo las debidas medidas de prevención y protección . Paneles informativos, vallados u otras fórmulas de protección, campañas de concienciación en escuelas y medios de comunicación, vigilancia y sanciones efectivas ante vertidos de escombros, basuras y desechos, serían algunas de las fórmulas para que esos bienes arqueológicos pudieran ganar el respeto y dignificación que merecen. 


Tenemos la enorme fortuna de contar con una tierra en la que se dan maravillas naturales exclusivas, que no conocen igual en ningún otro lugar  del mundo, con flora y fauna endémicas, formaciones geológicas y un fascinante pasado con una historia que, al contrario de lo que se empeñan todavía algunos en inculcar, no comenzó con la llegada de las naves de guerra y evangelización europeas. Nuestra tierra nos acoge y al hacerlo nos muestra las maravillas que contiene en sus entrañas y que aún muchos siguen empeñados en menospreciar. Un pequeño grabado sobre una roca, con formas geométricas y figurativas, que esconde enigmas y significados de otro tiempo, realizado por manos que antes pisaron este mismo terruño y contemplaron la isla con ojos de profundo respeto y devoción. 

Unos dibujos en la piedra, en mitad de un solar cualquiera, entre despojos, alimañas y plantas invasoras. Unas marcas en la piedra que por simples, para muchos pudieran parecer insignificantes, pero que contienen las claves para entender y recuperar esa visión ancestral respetuosa con la vida, que poseían nuestros antes.


Ellos sabían que sus iglesias estaban en las montañas mismas, en sus entrañas oscuras y silenciosas; en los árboles, en las plantas y su poder curativo; en los altos roques que bebían de las nubes, en los barrancos que recogían el agua, en las fuentes y manantiales que la entregaban generosamente; sus santuarios se alineaban con los astros que alumbraban desde el cielo, señalando calendarios y costumbres. La monumentalidad y maravillas de la naturaleza que les rodeaba hacía innecesario levantar grandes edificios o templos en los que poner su fe, sabedores de que todo bien nace de aprender a sostener un equilibrio exacto entre el poder benefactor de la madre naturaleza y nuestra limitada inteligencia humana. Equilibrio sin el cual, no lo olvidemos nunca, pereceremos. Como una especie fracasada que se negó a entender, que la belleza y la felicidad genuinas residen en lo más simple.


Colectivo Imastanen. Defendiendo el legado superviviente.     


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