El barranco del muerto, uno de los más importantes enclaves arqueológicos del municipio santacrucero, amenazado de muerte por la construcción de una nueva ciudad y con éste, el importante legado material que aún conserva.


Ya en el verano de 2023 varios medios denunciaban públicamente un nuevo atentado perpetrado contra algunos de los grabados encontrados en este emblemático barranco enclavado en lo que hoy día es el distrito Sur-Oeste de la capital tinerfeña. El ayuntamiento nunca se pronunció pese a la alarma vecinal y como es costumbre en lo que se refiere a daños sobre el patrimonio indígena, no hubo reacción institucional, pronunciamiento, ni intervenciones de cara a evitar que sigan produciéndose estos ataques, por desgracia cada vez más comunes. 


El yacimiento está declarado como Bien de Interés Cultural en la categoría de Zona Arqueológica, por Decreto desde el 24 de julio de 2014. En Mayo de 2021 el Cabildo de Tenerife se jactaba en prensa de haber colaborado mediante la concesión de un presupuesto de 36.000 € para que trabajadores y alumnos del IES San Matías habilitasen un espacio en el centro educativo a modo de centro de interpretación, con dotación tecnológica y contenido divulgativo sobre los valores del cercano B.I.C.. A día de hoy el centro de interpretación sigue sin haber abierto sus puertas al público, mientras en el plazo de un año desde nuestra anterior denuncia, se han podido verificar al menos dos nuevos ataques contra los grabados ubicados en algunos de los treinta paneles con inscripciones rupestres catalogados en la zona. 


Por si tanto cinismo y dejadez en sus obligaciones -que no son otras que proteger y preservar el legado indígena permanentemente amenazado- no fuera suficiente, ahora este importante vestigio guanche concentrado en el Barranco del Muerto, se verá una vez más amenazado por la proyección de una nueva ciudad que pretende ser erigida sobre una superficie que abarca 393.000 metros cuadrados. El equivalente a unos 50 estadios de fútbol. Además se anuncia que la actuación urbanística para esta superficie incluye un total de 1.680 viviendas, zonas verdes, 13.894 metros cuadrados edificables de uso comercial, 1.529 metros cuadrados de uso religioso y 3.156 metros edificables de dotación pública. La zona supondrá de facto la unión mediante un sistema de comunicación viario de la TF-1 y los núcleos poblacionales de Barranco Grande, Añaza y Los Moriscos con la ampliación por el litoral de la Rambla de Añaza en lo que hoy son acantilados. Es decir, el poco espacio costero que no había sido urbanizado en la zona, se convertirá en una nueva ciudad de facto. 


Según el propio borrador del plan parcial: “Los citados terrenos carecen de recursos naturales de interés más allá de algunos enclaves de tabaibal dulce, que la ordenación deberá tratar de preservar, y de algunos yacimientos arqueológicos, a los que la ordenación ha de proteger y poner en valor”. No en vano como el propio borrador recoge: “La totalidad de los terrenos antes de uso agrícola, se encuentran sin explotar o en estado de abandono desde hace más de 50 años”. Sin embargo el estado de abandono de esta importantísima zona de especial valor medioambiental y arqueológico, es común a todas aquellas zonas no edificadas “aisladas” en medio de áreas densamente urbanizadas. Eriales, bancales de secano y pequeñas zonas de extracción de áridos, también en estado de abandono, un aparcamiento de contenedores, sin uso desde hace años, y una zona formada por las laderas del barranco y el cantil costero, ocupado por tabaibal dulce, rabos de gato y otras «especies arbustivas» son algunas de las cosas señaladas por el plan de ordenamiento como terrenos sin valor alguno que proteger.


Desde Imastanen denunciamos no solo que pese al desembolso de 36.000 € y el anuncio a bombo y platillo de su inauguración, tres años después sigamos sin contar con el prometido centro de interpretación del Barranco del Muerto, al tiempo que siguen sucediéndose daños irreversibles sobre los grabados y cuevas del yacimiento, que también presentan graves alteraciones, signo de un abandono vergonzoso por parte de quienes están en la obligación legal de proteger y conservar este B.I.C.Tampoco entendemos qué sentido tiene tratar de proteger un yacimiento pero no el entorno natural que lo acoge y dota de sentido interpretativo. 


Además nos preguntamos ¿De qué sirve catalogar o reconocer como Bien de Interés Cultural un yacimiento arqueológico, si no se ponen a su disposición medios para su protección, conservación e investigación científica efectivas?. Tras esta pregunta, que sabemos que ningún responsable piensa contestar, subyace otra quizás de significado más profundo ¿Por qué aquellas zonas abandonadas, degradadas de manera consciente, condenadas a servir como vertederos ilegales, solares abarrotados de plantas invasoras y basura, coinciden con aquellas zonas proyectadas como nuevas zonas urbanas? ¿Casualidad? ¿Simple dejadez y negligencia?. Creemos que no y que la respuesta esconde una fórmula más retorcida que se repite a lo largo y ancho de la isla. Allí donde se proyecta una nueva zona residencial, un campo de golf, un hotel, un centro comercial u otro pelotazo urbanístico privado, es precisamente donde se observa una especial desidia institucional en preservar los ecosistemas y restos patrimoniales ancestrales que puedan impedir el crecimiento urbanístico indiscriminado que sigue siendo la única forma de generar riqueza que nuestros gobernantes contemplan. Riqueza para una minoría, todo sea dicho. Pese a las repetidas promesas de progreso que contemplan sus planes, la insalubridad, la pobreza, y el fracaso escolar, siguen poniendo al pueblo canario a la cabeza de todas los índices europeos de atraso y precariedad.


Todo es posible con tal de ofrecer oportunidades a los inversores y constructores que representan al sector privado, mientras al conjunto de la sociedad canaria se le priva del derecho de vivir en unas islas limpias, libres de sobrepoblación, contaminación y saturación paisajista. Pero sobre todo, del derecho inalienable como pueblo de preservar, estudiar y valorar sus propias raíces, para reconocerse en una identidad y valores que le hagan capaz de amar más su tierra y aquellas riquezas naturales y culturales que aún no han sido borradas del todo como consecuencia de la avaricia sin fin de quienes ven solares y vertederos, donde los demás vemos ecosistemas y riquezas patrimoniales. Riquezas y valores que nos hacen ser quien somos y que debemos proteger a cualquier precio. A pesar de todo. 


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